Un Nuevo Tipo de Trabajo Infantil
Si un niño de cinco años trabaja en un set de televisión, la ley lo protege. Exige permisos especiales, limita sus horas, asegura que parte de su dinero quede guardado para el futuro. Si un adolescente modela para una marca, también hay resguardo: un porcentaje de lo que gana debe ser depositado en su beneficio. Pero si ese mismo niño o adolescente genera millones de visitas en YouTube o TikTok, ¿qué pasa con sus ingresos? Nada.
En Chile, la explotación económica de la imagen infantil en redes sociales es un vacío legal escandaloso. No existe norma que garantice que el dinero generado por esas cuentas llegue al niño y no termine en los bolsillos de los adultos que lo rodean. Se asume que grabar videos es un juego, un pasatiempo, como si detrás no hubiera guion, edición, interacción con la audiencia y desgaste emocional. ¿Desde cuándo vender la imagen personal dejó de ser un trabajo solo porque es un niño quien la protagoniza?
El contraste revela una hipocresía. Si un presidente, por ejemplo, decidiera abrir un canal para mostrar la vida de su hijo, sería un escándalo nacional. Se debatiría la ética, se exigiría regulación, se preguntaría quién administra el dinero. Pero cuando lo hacen miles de padres anónimos cada día en redes sociales, nadie se indigna. ¿Por qué lo que nos parecería inaceptable en un mandatario nos parece normal en cualquier otra familia?
La ley chilena reconoce en la Ley 21.430 que todo niño tiene derecho a su honra, su intimidad y su propia imagen. Y la Ley 19.628 también exige autorización parental para difundir imágenes de menores. Pero nada de eso regula qué ocurre cuando esa exposición se transforma en negocio. En el cine, la televisión o la publicidad, el Código del Trabajo prohíbe contratar menores de 15 años salvo excepciones controladas, y aún así exige permisos, límites y fiscalización. En redes sociales, en cambio, si el niño protagoniza un canal de YouTube que factura millones, la ley calla.
Algunos argumentan que los niños no trabajan en redes, que solo juegan mientras los padres los graban. Pero si fuera así, ¿por qué hay padres que publican a diario, responden comentarios como si fueran community managers, estudian métricas y cuidan cada detalle de la producción? ¿Por qué un video casero no se viraliza, pero un contenido editado, con guion y regularidad, sí lo hace? El mundo adulto reconoce que eso es trabajo. ¿Por qué en los niños insistimos en llamarlo “juego”?
En otros países el tema ya se asumió. Francia, Estados Unidos, Reino Unido… todos han debatido e incluso legislado para asegurar que los ingresos de los niños influencers se protejan, que parte de lo generado quede reservado en cuentas bloqueadas hasta su mayoría de edad, que se supervise el consentimiento y se impida la explotación encubierta. Mientras tanto, en Chile seguimos haciendo como si nada pasara.
La urgencia es clara: se necesitan reglas mínimas. Que un porcentaje de las ganancias quede intocable para el futuro del niño. Que el consentimiento parental sea revisado bajo el prisma del interés superior del menor, no del interés económico de los padres. Que exista fiscalización y sanciones para evitar que esta forma de trabajo infantil quede invisibilizada bajo la etiqueta de entretenimiento familiar.
Porque al final, lo que se esconde detrás de esta hipocresía es brutal: cuando un adulto vende su imagen personal lo llamamos “branding”. Cuando un niño hace lo mismo, decimos que “juega”. Pero si hay monetización, si hay producción, si hay exposición constante, es obvio que estamos frente a trabajo infantil no regulado.
Entonces, la pregunta es inevitable: ¿hasta cuándo seguiremos fingiendo que esto no es trabajo? Si no aceptaríamos que un presidente explote comercialmente la imagen de su hijo, ¿por qué toleramos que miles de padres lo hagan a diario sin ninguna regulación?
Esto no es un juego. Es trabajo infantil disfrazado de entretenimiento digital. Y la gran hipocresía de nuestra era es que lo celebramos mientras cerramos los ojos al vacío legal que lo permite.
Un mensaje para ti, niño, niña o adolescente
Si estás leyendo esto y eres tú quien aparece en esas publicaciones, debes saber algo importante: tienes derechos. La Ley 21.430 reconoce tu honra, tu intimidad y tu propia imagen. Nadie puede tratarte como un producto, ni disponer de tu vida digital como si fuera propiedad ajena.
Si alguna vez sientes que no quieres ser expuesto, que tu imagen está siendo usada sin tu consentimiento o que el dinero generado con tu trabajo digital no te pertenece, recuerda esto: la ley evoluciona contigo, y siempre habrá caminos legales y judiciales para protegerte.
Y aquí encontrarás un abogado dispuesto a acompañarte cuando decidas hacerlos valer. No estás solo. Tu identidad es tuya. Haz que cuente.