La Exposición Digital Infantil como una Decisión Unilateral
Cuando un niño nace, su historia comienza a escribirse en redes sociales sin que él lo sepa, sin que pueda decidirlo y sin tener el más mínimo control sobre ello. En muchos casos, antes de aprender a hablar ya arrastra una huella digital que lo acompañará para siempre.
Los padres, bajo el pretexto del amor y la crianza, se han adjudicado un derecho que nunca tuvieron: el de compartir sin límites, como si la privacidad de sus hijos fuera negociable. ¿Quién les dio ese poder absoluto sobre la imagen de alguien que ni siquiera tiene conciencia de sí mismo?
El derecho reconoce la representación como una ficción útil: un tercero actúa en nombre de alguien más. Pero toda ficción jurídica tiene límites. Y aquí surge la pregunta inevitable: ¿puede un padre disponer de la imagen de su hijo como si fuera una extensión de la suya propia? Hemos confundido patria potestad con propiedad, y ese error deja un vacío legal que permite que miles de niños sean expuestos digitalmente sin control y sin consecuencias para quienes deciden por ellos.
La falsa idea de que la imagen del hijo es propiedad de los padres es una construcción peligrosa. Los atributos de la personalidad —nombre, nacionalidad, domicilio, estado civil, capacidad— son intransferibles. Entonces, ¿por qué la imagen, que hoy forma parte esencial de la identidad de una persona, no es reconocida con la misma fuerza? Un padre no puede vender el nombre de su hijo, ni cambiar su nacionalidad arbitrariamente, ni disponer de su patrimonio sin supervisión judicial. ¿Por qué sí puede exponer su rostro y su vida entera en internet como si no hubiera límites?
El resultado es evidente: la niñez se convierte en contenido digital sin que los niños tengan derecho alguno sobre su propia imagen.
La pregunta es inevitable: ¿por qué seguimos atrasados? Reconocemos que los menores tienen derechos incluso frente a sus padres en áreas tan sensibles como la salud, la educación o la integridad física. ¿Por qué seguimos tolerando que su identidad digital sea administrada como si fuera un álbum familiar más?
El problema no termina ahí. La generación actual crecerá con una identidad digital impuesta, construida por otros y sin posibilidad de borrarla. ¿Qué pasa si un adolescente descubre que su infancia fue exhibida sin que él lo quisiera? ¿Debe existir un mecanismo para que, al alcanzar cierta madurez, pueda exigir la eliminación de ese contenido? ¿Quién responde si esas publicaciones se convierten en combustible para bullying, acoso o discriminación? Lo que hoy parece tierno mañana puede ser la pieza que un agresor necesita para dañar. Y todos sabemos que lo publicado en internet nunca se borra del todo.
El vacío normativo ya es insostenible. Reconocer la imagen como un derecho personalísimo e intransferible no es un lujo, es una urgencia. Los principios son claros: la imagen de un menor no puede ser administrada como si fuera propiedad parental; los niños deben tener mecanismos para revocar esa exposición cuando alcancen suficiente madurez; y los padres deben tener límites legales que los obliguen a resguardar, no a entregar, la intimidad de sus hijos.
La conclusión es directa: la imagen de un niño no es herencia, no es propiedad, no es transferible. Es parte de su individualidad. Y si no ponemos límites ahora, estaremos consolidando una práctica en la que los menores serán las únicas personas sin derechos sobre su identidad digital.
Entonces, la pregunta final queda sobre la mesa: ¿estamos dispuestos a aceptar que la imagen de un niño sea tratada como un bien parental más, en lugar de reconocerla como un atributo inalienable de su persona?
Reflexionemos antes de que sea demasiado tarde.
Un mensaje para ti, niño, niña o adolescente
Y si estás leyendo esto y eres un niño, niña o adolescente que siente que tu voz ha sido ignorada, debes saber algo fundamental: tienes derechos, y están respaldados por la Ley 21.430. Es una norma que reconoce tu autonomía progresiva, tu derecho a ser oído, y tu dignidad como persona. Nadie puede tratar tu imagen como si fuera propiedad de otros.
Esta ley —y el sistema que la acompaña— existen para protegerte. Cuando llegue tu momento de querer ejercer tu autonomía, exigir tu privacidad o corregir lo que se ha hecho sin tu consentimiento, aquí encontrarás un abogado dispuesto a apoyarte, usando las herramientas legales y judiciales que estén vigentes.
No estás solo. Tu identidad es tuya. Haz que cuente.